Domingo.
Estuve toda la mañana haciendo unos recados que me habían encargado mis padres. Llegué al restaurante familiar poco después de las doce del mediodía, cansada y hambrienta. En el exterior hacía mucho calor, pero dentro había una temperatura muy agradable ya que tenían el aire acondicionado a todo gas, cosa que agradecí bastante. Como siempre, estaban todos en la mesa acabando de comer: el personal, mis padres y mis hermanos.
- ¡Buen provecho! – dije yo.
- Gracias – contestaron todos al unísono.
- ¿Has tenido tiempo de hacerlo todo? – me preguntó mi padre.
- Sí.
- Pues ahora tienes que ir a Castellón a recoger a unas amigas de Laura, es que nosotros no podemos.
- No pasa nada, pero antes voy a comer, que tengo mucha hambre. ¿Dónde está mi plato?.
Se hizo el silencio en la mesa. Noté cierto cruce de miradas, pero fue mi madre la única que se atrevió a hablar.
- Ehhh. Perdona hija, nos lo hemos comido... y lo malo es que no queda más. Hazte algo cuando llegues a casa.
Y me señaló un plato vacío, con la verdura y los huesos apartados a un lado, ni un grano de arroz...
- ¿Qué?. ¿Quién ha sido y por qué?. ¡Ya os vale!. Encima que estoy toda la mañana de aquí para allá. ¡Pues ahora no pienso ir a Castellón!. Ya os apañaréis.
Silencio. Todos esquivaron mi mirada. No puedo explicar el arrebato de ira que se apoderó de mí al ver tal pasividad.¡Como si fuera lo más normal del mundo haberme dejado sin la paella de los domingos!. Gritos, patadas al suelo, palmadas a la mesa. No recuerdo muy bien qué más pasó, ni el tiempo que estuve fuera de control. Todos seguían ignorándome. Sé que cogí una cestita con una propina de cuatro euros (en monedas de uno) que había dejado un cliente y pretendía llevármela, pero me pilló una de las camareras.
- Vero, eso estaba ahí para echarlo al bote.
- ¿Ah sí?. Pues ahora lo voy a echar a mi bote particular, por las molestias y por no haberme guardado paella.
- Pero es nuestro...
- ¿Vuestro?. Muy bien. Ahí lo tienes.
Y le lancé los cuatro euros a la cara, pero en monedas de céntimo de euro, de modo que un total de cuatrocientas monedas volaron por todo el restaurante, ante la expresión de incredulidad dibujada en el rostro de todos.
Todavía presa de la furia salí del restaurante, pegué un portazo y me subí al coche para dirigirme al barrio en el que vivíamos antes. Aparqué y me reuní con un grupo de gente que había en la esquina de la panadería. Era una “quedada” improvisada de ex alumnos de E.G.B., no estábamos todos pero éramos suficientes. ¡Qué alegría verlos después de tanto tiempo!. Aunque me resultó raro, ya que me los cruzo muchas veces y ni siquiera nos saludamos. En fin, charlamos, nos contamos batallitas y nos pusimos al día de todo. Recuerdo especialmente la conversación con una de mis mejores amigas por aquel entonces.
- ¡Vaya! ¡Qué alegría verte! – le dije yo - ¿Qué tal todo? ¿Tuviste una niña hace un par de años, no?
- Si, está hecha todo un bichito. ¡Con ella no te aburres!.
- ¿Y el trabajo qué tal? ¿Sigues en el mismo sitio?
- Sí, de momento estoy bien allí. Aunque no sé si sabrás que me he separado.
- Uy, pues no lo sabía, qué palo.
- No pasa nada, estamos las dos bien. Es que mi marido se quedó sin trabajo y no levantaba cabeza.
- Por desgracia hay muchos como él. ¿Trabajaba en alguna azulejera o construcción?
- No, que va. Era sicario. Mataba a gente por encargo y por dinero. Mucho dinero. Y claro, con la crisis, ahora no lo contrataba nadie porque...
6:45 – piiiiiii - 6:45 – piiiiiiiiii - 6:45 – piiiiiiiiiiiiii
Lunes
Suena el despertador y vuelvo a la realidad. ¡Qué flash!. Inspirada en los post de Gybby tomo papel y lápiz y apunto lo poco que recuerdo. De ahí sale esta historia a la que prefiero no buscar significado...