La semana pasada se me hizo súper larga y pesada. ¡Qué bajón!. Después de una semana tan intensa, era normal. No es lo mismo ir a trabajar sabiendo que en unas horas vas a ver a “The Cranberries” (entre otros), que ir a trabajar sabiendo que te espera una tarde larga, calurosa y muy, muy tediosa.
Pero llegó el fin de semana.
Excursión a Bejís, un pueblo del interior de la provincia de Castellón, más conocido por su agua mineral.
Esta vez decidí conducir yo. Autopista Mudéjar, desvío en Viver, cruzamos un pueblo llamado Teresa, Venta de Bejís y Bejís. Ahí empezó lo chungo. Una carretera que apenas cabían dos coches, con unos precipicios impresionantes que era mejor no mirar. Tuve que detenerme un par de veces para cruzarme con otros coches, a mi me tocaba en el lado del barranco.
El sitio merecía la pena: Los Cloticos, Río Palancia.
Un paraje en plena montaña, con mesas de madera y de piedra para comer, una fuente de agua natural, con zona para hacer barbacoas o paellas a leña, aseos más o menos en condiciones y el río.
Íbamos dispuestos a tomar el baño, aunque ya les advertí que como el agua estuviese a la misma temperatura que la de beber, pocos iban a ser los valientes.
Comenzamos el descenso. La primera parte eran escaleras de piedra, pero casi al final se transformaron en sendero empinado.
No se puede ir a un río con chanclas de playa. Ahora ya lo sé.
No tardé nada en lamentar mi error. Me metí en el lodo y no podía salir. No recuerdo la de veces que perdí alguna de las chanclas enterradas en el fango y me tuve que agarrar a las zarzas. En el río la cosa no mejoraba. Tal y como preveía, el agua estaba HELADA, cortaba la circulación. Pero incluso en el agua seguía perdiendo las chanclas. Parece ser que en algún momento me puse a chillar como una loca “¡¡socorro, socorro, que pierdo las chanclas!!”. Al final mis amigos decidieron confiscármelas. Así que me tocó andar por el río descalza. Cuando no me clavaba guijarros puntiagudos, caminaba sobre fondo viscoso de plantas acuáticas, sentía un repelús espantoso.
Y todo por hacer buenas fotos. Porque me había llevado mi camarón y no tenía intención de irme sin practicar un poco los conocimientos adquiridos.
Ninguno, de los ocho que bajamos, nos atrevimos a bañarnos, como mucho, por arriba de la rodilla y poco más. Yo pensé ponerme debajo de la cascada, pero enseguida deseché la idea.
Si lo mío en el río fue apoteósico, todavía faltaba el ascenso. No sé cómo lo hice pero, una vez recuperadas las chanclas, me volví a hundir otra vez en el lodo, de modo que inicié el ascenso toda enfangada y en chancas.
Como dijo mi amiga Kraken: “¿cómo se os ocurre dejar a Vero subir la primera?.
Inicialmente iba en bikini, con la toalla, los pantalones, la camiseta, el bolso, un gorro y la cámara. Después de resbalar varias veces, poniendo en peligro a los que venían detrás, me confiscaron hasta las chanclas. Me vi otra vez descalza, clavándome piedras y zarzas por todas partes.
Llevo todo el cuerpo lleno de arañazos.
Los talones destrozados por todo lo que pisé.
Y encima no me pude bañar.
Después de comer, tres de los amigos desertamos y volvimos a Burriana. Fuimos directos a la playa. Qué maravilla. Sin zarzas, sin fango, sin guijarros puntiagudos ni plantas viscosas, agua a una temperatura estupenda. Creo que fue uno de los mejores baños de mi vida, o por lo menos, de los más ansiados.
Os dejo un par de fotos porque, eso sí, el sitio era precioso.
Verónica.
2 comentarios:
Sí, si la montaña es preciosa... En los entretiempos. Amos, ir a bañar a un río teniendo todo el Mediterráneo pa ti, hija míaaaa... XD
¡Besetes!
Eso lo pensé estando allí... jejeje. Además, no te creas que por ser montaña hacía fresquito: 35º a la sombra!!!
Ya no me vuelvo a ir de excursión lejos de mi querido Mediterráneo en olas de calor... jajaja
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