He decido escribir este post porque acabé de leerme el libro casi al mismo tiempo que vi la película “Luna Nueva” en el cine (aunque, lo reconozco, me he leído los cuatro libros).
Drácula es una obra maestra de la literatura. Mientras se lee, se está completamente en tensión. Como tengo costumbre de leer antes de irme a dormir, ha habido noches, que debido a la sugestión, tenía pesadillas.
Luna Nueva, es una obra maestra del marketing. Han sabido venderla muy bien y captar a un público en una edad muy sugestionable.
En Drácula, todos los protagonistas se esfuerzan en acabar con los vampiros. Cuando liberan a Lucy (una de las víctimas) de esa carga, ven en su rostro que por fin descansa en paz. Y lo mismo sucede con la otras tres y con Drácula, tal y como se puede leer en uno de los últimos párrafos del libro: “Mina: Mientras viva, me alegrará recordar que, en este momento de disolución final, asomó a su rostro una expresión de paz como nunca habría imaginado en él.”
En la saga crepúsculo, todos quieren ser vampiros, ¡hasta los lectores! Aquí casi no tienen inconvenientes, la única pega es que brillan a la luz del día. Ricos, guapos y buenos ¿qué más quieren?. Después de leer Drácula dudo mucho que a alguien le apetezca convertirse en vampiro.
Stephenie Meyer podría haber introducido a un “Van Helsing” en la saga. Le hubiera dado más morbo. Pero no, estos vampiros solo molestan a los hombre lobo, y es más por una cuestión territorial que otra cosa, porque al fin y al cabo, monstruos son los dos.
Eso si, que nadie busque en Drácula una historia de amor imposible como la de crepúsculo porque se llevará un chasco.
Verónica
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