Al ver el vídeo de Amaral me he acordado de algo que me pasó hace un par de semanas. O a lo mejor eran tres, no lo sé.
Sé que era sábado. Salí temprano a pasear con Dama, aprovechando el fresquito. Fuimos hasta nuestra pequeña playa, que por fin hemos recuperado, eso sí, llena de porquería, ¡pero vuelve a ser nuestra!.
Dejé que Dama se metiera en el agua y yo me quedé en la orilla. Al cabo de un rato, algo que había en el agua llamó su atención, de modo que, para evitar que se lo comiera, di un tirón a la correa y la saqué del agua. Cuando ya la tenía bajo control me acerqué a mirar. ¡Qué sorpresa!. Era una tortuguita marina que estaba luchando contra las olas, intentaba meterse en el agua, pero una y otra vez las olas la echaban fuera. No tuve mucho tiempo para pensar. La cogí con una mano, con la otra sujetaba a Dama porque se la quería comer, ¿y qué hice con ella?, la lancé mar adentro con todas mis fuerzas. Igual me pasé de brusca. Hay dos opciones, que la tortuga gritara en “tortugo” un ¡¡GRACIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS!!” o un“JAPUTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA”. Quiero pensar que le hice un favor. Enseguida rastreé los alrededores, por si había alguna tortuguita más, pero no, debió ser la última de sus hermanas o la única superviviente a los veraneantes. Qué pena no haber hecho ninguna foto, pero el tiempo apremiaba, no me daba tiempo a sacar el móvil del bolso.
Al llegar a casa busqué por Internet y creo que ya sé qué especie era: la Tortuga Boba, bastante común en el Mediterráneo. Me hace ilusión pensar que una mamá tortuga encontró esa playita y puso ahí sus huevos. Quién sabe, si mi tortuguita sobrevive, quizás venga también aquí a poner sus huevos. El año que viene pienso estar bien atenta.