viernes, 14 de mayo de 2010

Insultar gratuitamente. Segunda parte.

Me ocurrió hace unos años, pero como no tenía blog no lo pude contar. Hace poco he tenido una experiencia que me lo ha recordado, así que, os presento la segunda parte de “Insultar gratuitamente”.

Agosto de 2006. Después de mi primera reunión de vecinos quedé para tomar algo con unos amigos. Optamos por una terraza que, hasta la fecha, frecuentábamos habitualmente. Nos pedimos lo de siempre y me puse a relatar mi experiencia como propietaria con voz y voto. Era temprano y la terraza estaba casi vacía.

Apareció un señor (todavía merecía ese calificativo) de unos setenta años y se sentó en la mesa que había al lado de la nuestra, dándonos la espalda, de modo que yo era la que estaba más cerca de él. Le sirvieron el primer gin-tonic y comenzó el monólogo. Hablaba de muchas cosas, se quejaba del alcalde, de los concejales, de las calles, ambulatorio etc., vamos, de todo y nada a la vez. Al principio causó cierta expectación entre la clientela y los viandantes y le siguieron sirviendo gin-tonics. Cuando la terraza empezó a llenarse la gente dejó de prestarle atención.

Entonces su monólogo se volvió un tanto grosero. Pero la gente seguía sin prestarle atención. Empezó a escuchar la conversación que manteníamos en nuestra mesa y después la debatía exaltado. Nos quejamos a la dueña y su respuesta fue: “chicos, tened paciencia, yo le estoy siguiendo la corriente a ver si se va”. Si, y sirviéndole más y más gin-tonic, pensé yo, ¿así cómo se va a ir?.

Un tanto harta y para que dejara de opinar sobre todo lo que yo hablaba, cambié de tema y me puse a hablar de un programa de gestión de empresas llamado “logic win”. “¡¡Tu no tienes ni idea de logic win!!”, comentó gritando. Detectamos tal grado de violencia en su modo de expresarse que, como la terraza ya estaba llena y no podíamos cambiar de mesa, optamos por apartarnos un poco.

Y estalló la bomba.

Al señor le molestó el gesto. Se giró hacia mi y empezó a chillarme exaltado (debido a la estupefacción, no recuerdo muy bien todo lo que me dijo, pero fue algo así):

“ANALFABETA, PERCEBE DE MIERDA, QUE NO TIENES NI IDEA DE NADA, INCULTA, QUE HABLAS DE COSAS QUE NO SABES” y otra vez “ANALFABETA, PERCEBE DE MIERDA... “

Imaginaos la escena.

En la terraza se hizo el silencio.

Todo el mundo mirándonos.

Claro, el pensamiento general fue “¿qué le habrá hecho la chica al pobre anciano para que salte así?” Lo vi en sus miradas atónitas. Así que mi reacción fue echarme a llorar, sobre todo de impotencia y vergüenza. No estoy orgullosa, tendría que haberme defendido, pero no pude.

Cuando vino la propietaria a mediar, y tuve el apoyo de mis amigos me atreví a plantarle cara. Pero ni con esas, era como echar más leña al fuego. El tío insistía. Le decía a la dueña que yo era todo eso por que hablaba de cosas que no tenía ni idea.

¿Y qué solución puso la propietaria? Servirle más gin-tonics, pero dentro del local, y pedirme unas simples disculpas. (¡¡ni siquiera me invitó a una cañita!! ¡¡Eso hubiera estado bien!!)

Poco a poco volvió la calma, pero durante un rato noté todas las miradas y cuchicheos clavados en mi.

Mis padres llevan toda la vida un negocio de hostelería y sé que ante la primera queja de un cliente hay que poner remedio. Y nunca dejar que la cosa llegue a esos extremos. Por eso no he vuelto a pisar esa terraza.

Cuando les contamos la escena a otros amigos me dijeron que fui una tonta al echarme a llorar, que le tendría que haber cantado las cuarenta. Tengo claro que más de uno y algunas (P. y R.) le habrían dado un par de galletas. Ahora creo que debería haber pedido las hojas de reclamaciones. Y vosotr@s ¿qué habríais hecho?

Verónica

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